Un café en Buenos Aires

No. 6.584, Bogotá, Miércoles 22 de Enero de 2014

No lean, como hacen los niños, para divertirse o, como los ambiciosos, para instruirse. No, lean para vivir. 
Gustave Flaubert
Un café en Buenos Aires
Por: Pablo H. Di
Marzo, corresponsal en Buenos Aires.
Hoy: Luis Cattenazzi
   Hoy
los invito a viajar hasta una de las ciudades más encantadoras del continente:
Bariloche. Allí, en plena Patagonia argentina, no solo disfrutaremos de la
helada pureza del Lago Nahuel Huapi y de los casi invisibles picos de la
cordillera de Los Andes, también compartiremos una charla con Luis Cattenazzi,
ganador del primer premio del Fondo Nacional de las Artes: el galardón
literario más prestigioso del país.
   —Es una felicidad poder compartir este
momento, Luis. Tu libro de cuentos A
ciencia incierta
no solo fue una de las más gratas sorpresas de la
literatura argentina de estos últimos años, también ganó nada menos que el
primer premio del Fondo Nacional de las Artes. ¿Cómo viviste semejante reconocimiento?
   L: En 2012 decidimos con mi mujer retornar
al Bariloche de nuestra infancia en la Patagonia Argentina.
Dos meses después de la mudanza llegó a mi antigua dirección porteña la carta
del FNA anunciando el premio; me lo leyeron por teléfono en plenas maniobras
para bañar a mi beba antes de dormir: “Mirá, acá dice que ganaste un premio…”.
El cliché lo explica perfectamente: por un rato sentí que caminaba entres las
nubes. Es el premio más prestigioso de Argentina, y valioso no por obtener la “cucarda”
del toro campeón sino porque te acerca a la publicación. El mayor gusto es
haber recibido este reconocimiento por un libro con cuentos fantásticos y
humorísticos: géneros que parecen esquivos para estos concursos. Como yapa
después vi en ese mismo listado que el amigo Daniel De Leo también había sido
premiado por Barro nocturno (y fue
editado en 2013 por Santiago Arcos Editor).
   —La calidad y el éxito de A ciencia incierta, ¿son un aliciente o
un obstáculo a la hora de emprender un nuevo proyecto literario?
   L:
No siento ese famoso vacío de la obra concluida, pero es como que me sacaron el
banquito donde me apoyaba y ahora tengo varios frentes por donde seguir. Estoy
en la encrucijada, con la guitarra en la funda, a ver para donde voy. A eso
sumale que entre el FNA y la edición tuve una mudanza y dos hijos, el estímulo
del premio y la publicación me vino justo en el momento en el que menos estoy
escribiendo. Creo en el ocio creativo, esos remansos contemplativos dentro de
las rutinas diarias. Y la palabra “remansos” con dos bebés es un oxímoron. La
otra alternativa es aplicar una disciplina espartana, ni un día sin una línea,
algunos amigos me inspiran con su ejemplo.
   —Nuestros lectores muchas veces no intuyen
lo maravilloso pero también duro y frustrante que puede llegar a ser escribir.
¿Alguna vez se te cruzó por la cabeza la idea de abandonar la escritura?
   L: He pasado varios períodos de sequía, pero
creo que aunque decidiera abandonar la escritura la escritura no me abandonaría
a mí. La mitad del tiempo mi cabeza piensa involuntariamente en términos de
descripciones, diálogos, personajes, posibles comienzos de historias,
desenlaces con vueltas de rosca; hagas lo que hagas el gato negro sigue oculto
ahí, ronroneando.
   —¿Alguna vez lloraste mientras leías un
libro? ¿Alguna vez lloraste mientras escribías?
   L: Soy duro para las lágrimas, pero los que
más cerca han estado de hacerme “moquear” fueron Horacio Quiroga con su cuento
el “El hijo”, Stephen King con “El último peldaño de la escalera” y Roa Bastos
con un cuento desolador de un joven que marcha a la guerra, no logro dar con el
título. Éste último fue un cross a la
mandíbula, como diría Arlt; venía leyendo la antología de cuentos completos de
Roa Bastos, uno tras otro en el colectivo, pero terminé este y tuve que cerrar
el libro, no me dejó fuerzas para arrancar con el cuento siguiente. Nunca me
había pasado algo así. En 2008 falleció inesperadamente mi papá, Carlos, a él
está dedicada la edición de A ciencia
incierta
. En la vorágine de esos pocos días, sentarme a escribir unos
textos sueltos y catárticos me ayudó a llorar, como si las palabras fueran un
refugio. El escritor piensa y siente las situaciones con los dedos, con las
teclas, será por eso.
   Vamos
con las dos últimas y clásicas preguntas de Un
café en Buenos Aires
: alguna vez Mario Vargas Llosa dijo que el día más
triste de su vida fue cuando Jean Valjean murió en Los miserables.
¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
   L: Un momento literario tierno y feliz lo
viví con El Cazador Oculto (o El guardián en el centeno), de Salinger.
El adolescente Holden ha pasado descarriado y abúlico casi toda la novela, pero
va al encuentro de su hermanita Phoebe y da con una redención luminosa que
culmina con: “De pronto me sentía feliz viendo a Phoebe girar y girar. Si
quieren que les diga la verdad, me sentí tan contento que estuve a punto de
gritar. No sé por qué. Sólo porque estaba tan guapa con su abrigo azul dando
vueltas y vueltas sin parar. ¡Cómo me habría gustado que la hubieran visto
así!”. Tengo tres hermanas menores, tres versiones de Phoebe, así que podés
sumarme a Salinger al listado de los que también me hicieron lagrimear.
   Te
regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de
cualquier época. Contame quién sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le
harías.
   L: ¡Qué buen regalo! Hace poco en Bariloche
reabrieron el Refugio Berghofen el Cerro Otto. En el restaurante no tienen
café, pero también funciona como refugio así que podríamos subir un termo.
Respecto al invitado, hace poco en una reseña de mi libro en el suplemento
Cultura del diario Perfil elogiaron mis personajes bartlebyanos y ayer nomás
terminé de disfrutar Moby Dick, así
que le debo un café al bueno de Herman Melville.      Como las mesas del Berghof son para compartir, y la cosa viene
de anécdotas de viaje, me gustaría sumar a Conrad y a Hemingway. ¿Puedo? No les
preguntaría nada, me dedicaría a escucharlos, y a esa altura de la noche, con
la luna llena rodando por el lago Nahuel Huapi, con el fuego alto en el hogar,
haríamos marchar el primer tonel de whisky.
            Claro que podés invitar a Conrad y a
Hemingway, Luis. No tengo ninguna duda de que para ellos sería un gusto poder
compartir una larga charla entre whisky y whisky con un escritor apasionado
como vos.
   Para quienes quieran seguir disfrutando del
talento de Luis Cattenazzi los invito a entrar a www.acienciaincierta.com.ar

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