“Desde mi primer libro, con más desaciertos
que aciertos, sabía que algo no iba a detenerse ya”
en 2013 acordé realizar entrevistas a escritores para la revista Libros & Letras me encontré con una
disyuntiva no menor: ¿Quién sería mi primer entrevistado? La respuesta, por
múltiples razones, fue “Nicolás Correa”.
Y hoy, cien entrevistas y cinco años después de aquel ya lejano primer Café en
Buenos Aires, decidí volver a entrevistar a Nicolás. La excusa fue la reciente
publicación de su novela Heroína. La
guerra gaucha. El tiempo no pasó en vano e hizo lo suyo. Me encontré con un
Nicolás casado, padre de un encanto de un año, y algunos libros más bajo el
brazo. Sin embargo el viejo Nicolás —el
buen escritor, el tipo generoso y sincero a la hora de conversar— seguía intacto, como si una
parte suya se hubiese mantenido en aquel 2013. Supongo que yo también me volví
un tipo diferente, y a su vez bastante parecido. Así que bastó con pedir los
primeros dos cafés para volver al tiempo para atrás. O para adelante, quién
sabe.
hice en 2013. Estabas a días de publicar tu novela Súcubo, y me hablabas de tus ganas de darle forma a una trilogía
que se completaría con Íncubo en 2014
y una última parte en 2015. Contame qué fue de tu vida literaria en estos
últimos cinco años.
el puente. Es cierto, ese fue el itinerario, con algunas variaciones: un par de
libros de poesía: El camino de la siesta (2015),
canción de invierno recitada por el
hombre del volcán (2016) y una nueva reedición de Virgencita de los muertos; y la Trilogía no está completa. Aún
falta publicar la tercera parte que ya está escrita, Señor de las moscas, pero no es su momento. La verdad, La Trilogía de
la Antigua Serpiente me ha dado lindas satisfacciones en lo personal, pero
entre la primera entrega y la segunda algo cambió en mis búsquedas estéticas,
creativas. Definí que quería correr riesgos en cada texto, que no quería
quedarme a producir siempre de la misma manera, con la misma fórmula, por así
decirlo. Y para nada me interesa el realismo en ninguna de sus acepciones.
Digamos, de alguna manera, que uno se define y adquiere paciencia con el
tiempo. Algo importante en la hechura de los libros. Todo el material que tengo
sin editar es material que viene conmigo hace varios años ya. De alguna manera,
no quiero soltarlo. Siempre hay tiempo para quemar los textos.
este?
entusiasmo? Te lo pregunto porque a mí me despierta alegría que una editorial
apueste por alguno de mis libros, pero es una alegría acotada, ya no tengo esa
felicidad desmesurada de años atrás, es como si en el camino hubiese perdido…
no sé, tal vez la palabra sea inocencia.
es la misma. Desde mi primer libro, con más desaciertos que aciertos, sabía que
algo no iba a detenerse ya. Hace quince años de eso. Hoy con Heroína vivo una suave arrolladora
felicidad: la forma se nota. Y eso costó mucho trabajo, que no hubiese podido
enfrentar sin la lectura de mi compañera, tengo que decirlo. Supo leer muchas
cosas y acompañarme en ese proceso. Con respecto a la “alegría acotada”, lo que
no me ocurre, en mi caso, es la euforia. Creo que con los años uno aprende una
melodía personal, con sus ritmos y armonías. Y la vida pasa y es un poderoso
camión de guerra. Las cosas se ponen en perspectiva. La literatura es y no es
todo. Es todo porque la gente que no escribe no sé qué hace. Y no es todo
porque hay estados mayores como la paternidad, que es un relato maravilloso.
paternidad. Todo un tema el de la llegada de una familia a la vida del
escritor, ¿no? En principio puede no ser fácil acomodar horarios a la hora de
encontrar un espacio para escribir, pero creo que a mediano y largo plazo el
saldo es positivo. ¿Cómo lo vivís?
mañana para escribir hasta las 8, y las 8.30 me voy a trabajar. Esto es así
casi todos los días. Mi compañera, mi hija, la escritura, todas son cuestiones
vitales en mi vida. No fue fácil
encontrar esta dinámica. Además, durante dos años solo corregí, no escribí
absolutamente nada. Y me dediqué exclusivamente a vivir en nido.
chiquita: en la última FED (Feria de Editoriales Independientes), me encuentro
con un editor de un sello de autor, que me dice: “Esto es maravilloso, esto es un hecho cultural único…” y una serie
de lugares comunes maravillosos. Yo, espantado, le respondo: “Para qué hacemos los libros, para quién
hacemos los libros… me lo pregunto todo el tiempo… 250 editoriales, 2000
autores, mínimo…”. El editor me miró consternado y me dijo que él no se
preguntaba nunca lo que hacía, lo hacía porque amaba esta tarea. A mí no me
pasa tan fácilmente eso de no preguntarme lo que hago a la hora de editar un
texto. Tiene que haber un por qué. A eso se suma la sospecha de que hay de todo
en esta hermosa jungla: el que monta una empresa comercial y es malo, el que
monta una empresa comercial y es bueno. El que no monta un carajo y es malo, el
que no monta un carajo y es bueno. Como tenés editoriales que te hablan de la
edición y hacen pagar a los autores hasta el aire y está la hipocresía del
escritor que no se atreve a decir que pagó su edición (¿Cómo va a decir que
pagó su libro? Como si tal cosa fuera mala: todos pagamos nuestro primer
libro). Sin embargo, a pesar de todo esto, la hechura del libro es la misma
siempre: vos y la escritura. Nada más, nadie más.
Podríamos hacer una nota entera hablando de eso. Escuchá esto: hace poco un
editor me contó que, como un “servicio a la comunidad”, subió a facebook un
listado en el que detallaba qué editoriales no cobran, qué editoriales cobran
según para dónde sople el viento, y qué editoriales —mientras les pagues— te
publican hasta el menú del bar. ¿Cómo terminó la historia? El editor recibió
tantas advertencias, amenazas e insultos, que optó por bajar el posteo. Es
increíble que en el mundo del libro haya tantos temas de los que no se puede
hablar en voz alta.
manera, no es un problema pagar para editar. No lo veo así. Es algo menor, pero
lo real es que hay cierta vergüenza en decir: “Pagué”. Yo les aconsejaría: “No
pague, amigo. Busque, sea paciente. Y si paga, hágase cargo”.
argentina para un escritor que se limita a escribir bien y enviar desde el
anonimato sus libros a concursos y editoriales? ¿O las relaciones públicas —por
no decir el rosqueo— se volvieron una parte ineludible de nuestro trabajo?
lugar. Y agrego: la paciencia es una forma de hacer literatura. Porque existe
el tema de las relaciones públicas y a veces, lo es todo en la literatura, como
en otras esferas.
pelean por fortunas, acá nos peleamos por dos medialunas.
texto de poesía determinada poeta, para ser tenida en cuenta en la colección de
poesía que manejo. Bueno, empiezo a leer. Al libro le falta, desde mi
subjetividad, un tiempo de hacerse en el silencio. Pero estaba bien. Entonces
le digo: “Mirá, me parece que si lo vamos trabajando, a fin de año podemos
estar en la calle (era marzo). Con tranquilidad y paciencia vamos a pulir
algunas zonas del texto”. Su respuesta fue que no podía esperar, que tenía que
publicarlo en ese momento. ¡Cómo si el texto tuviera fecha de vencimiento! En
fin, le respondo que bueno, que es una lástima porque me gustaba. Esta poeta
gana un premio en España y me escribe a los dos o tres días, diciéndome que
ganó un premio en España y que tan mal no estaba su poemario entonces. No mayor
análisis a su respuesta más que un me alegro mucho. En mi fuero interno sigo
pensando que al libro le faltaban unos instantes de silencio. Con el tiempo me
enteré que esta poeta había pedido “consejos para ganar premios” a otra “poeta
ganapremios”. Esto está perfecto. Cada cual juega en su redil. Este tipo de
propuestas, no son las que a mí me interesan.
de rebelarnos contra eso?
se puede hacer otra cosa. Hay que leer a los clásicos y admirarlos e imitarlos,
y hacerlo bien. Es fácil copiar, imitar, hablar, decir. Más complejo es el
silencio.
un poco de eso.
Pogo, resulta que cuando Virgencita de
los muertos se agotó, él me propuso reeditar y entonces reeditamos. Corría
el 2014. Y acto inmediato me dijo: “Che, estaría bueno que Virgencita no sea un gesto único, ¿no te animás a seguir publicando
poesía?”. Apareció Romina Freschi en
medio, nos acercó unos trabajos, uno de ellos ya los conocía: La cuestión del pellejo de Moni Rosenblum y El corredor aéreo de Juan
Previgliano. A eso se sumó el hermoso poemario La extraña dama de Javier
Roldán y bueno… el gesto terminó siendo una colección ecléctica que deviene
en breve en Waterproof de Florencia Trimarco, a fines de
noviembre. Fue un camino de mucho aprendizaje como editor, como lector de
poesía y más que nada, humano.
admiración por Frankenstein. Y mirá
qué casualidad, justo anoche vi la peli Mary
Shelley.
entretuvo. Volviendo al libro, ¿a veces no te dan ganas
de refugiarte en los clásicos y mandar a casi
todo el resto a la mierda?
tiempo. Volver una y otra vez. Sin reparos: Proust, Duras, Woolf, Joyce, Faulkner, Hemingway, Borges, Arlt, Puig, Gallardo, Di Benedetto… ¡Dante! ahí está la literatura. Y copiarlos, y hacerlo bien.
cerrando. Y tratemos de que no pasen otros cinco años para el próximo Café en
Buenos Aires.
Nicolás: hace
cinco años, cuando te hice la clásica última pregunta de Un café en Baires, me
respondiste que te gustaría llevar a Dante a tomar un café (y
una ginebra) al
Bar de Mingo, en el Hurlingam profundo. ¿Si te hago la misma pregunta, me
respondés lo mismo?
arriba mencionados.
gaucha.
*Pablo Hernán Di Marco.
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