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Un café en Buenos Aires con Miguel Sardegna

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Un café en Buenos Aires con Miguel Sardegna
By Pablo Di Marco 27 de marzo de 2018
  • Views: 49

Por: Pablo Di Marco / Especial para Libros y Letras.

Hace mucho tiempo que tenía pendiente el café en
Buenos Aires de hoy. Y no porque Miguel
Sardegna
sea el autor de Horario de
oficina
y de Hojas que caen sobre
otras hojas
. Lo que me convoca a conversar con Miguel es su pasión por la
escritura y su lucidez para analizar lo que rodea al mundo del libro. Lucidez
que le permite decirme, por ejemplo, que “escritor es el que escribe, no el que
publica”. Lucidez que le permite decirme que “una novela se publica cuando se
tiene que publicar, ni un minuto antes, ni un minuto después”. Siéntense a
nuestra mesa, el café está servido.

—Tengo una lucha interna con la palabra “escritor”. A veces la percibo
como a una palabra inalcanzable y enmarcada en bronce, y otras veces me obligo
a bajarla del pedestal y me recuerdo que un escritor es apenas un tipo que
trabaja de inventar historias. Que así como hay carpinteros que hacen sillas,
hay escritores que crean cuentos. ¿Cómo resuena la palabra “escritor” en vos?

Nunca tuve demasiados problemas con la
palabra escritor. La uso incluso desde antes de haber publicado. Siempre pensé
que escritor es el que escribe, no el que publica. En mi caso implicó también
una suerte de salvación saberme escritor. No lo olvidé nunca mientras estudiaba
Derecho y me recibía de abogado. No lo olvido tampoco ahora, mientras saco entre
treinta y cuarenta dictámenes legales por día, como asesor en un oscuro
ministerio. Cuando me preguntan, no suelo decir que soy abogado, mucho menos
que soy funcionario público. En este sentido, esto que cuento acá es una gran
excepción. No tengo dudas de que soy escritor. Creo que no hay que esconder la
palabra escritor, y creo que tampoco hay que colgársela en un cartelito en la
frente. A nadie le importa que seamos escritores,
Pablo. Los escritores somos
gente poco importante.






—Qué rico eso que decís que “escritor es el que escribe, no el que
publica”. Hace poco le comentaba algo similar a un chico que estaba desesperado
por publicar para “reafirmarse como escritor”. Hay muy buenos escritores que
aún no publicaron (y que tal vez jamás lo hagan), así como todos sabemos que
hay tipos que publican todos los años y difícilmente lleguen a ser escritores.
Parece una obviedad, pero a veces es bueno recordarlo.



De todos modos no le restemos valor a
la publicación. Publicar es el resultado de un enorme esfuerzo. Hay un círculo
que se cierra cuando el libro por fin llega al lector. Lo que debemos hacer,
entonces, como leí hace poco, es publicar y olvidar.



—Claro, lo que te permite publicar es soltar el libro, desprenderte de
él tras años de escritura y corrección; en fin, abandonarlo. En 2013 publicaste
tu primer libro,
Horario de oficina.
¿Qué ganaste y qué perdiste de ahí a hoy, con la aparición de
Hojas que caen sobre otras hojas? ¿La
experiencia nos hace mejores escritores, o cada libro es un comenzar de cero?
La experiencia nos hace mejores, sin
duda. Pero cada libro plantea sus propios desafíos. Yo tampoco soy ahora el
mismo que era en 2013, por suerte. Hay temas, estéticas y preocupaciones que se
pueden repetir, y sin embargo  el
abordaje siempre es nuevo.

—En 2016 tu novela Los años tristes de Kawabata obtuvo la
primera mención del Premio Clarín. Uno de los jurados del premio, Juan José
Millás, se refirió a ella como “Puro amor a la literatura”. ¿Cómo es posible
que al día de hoy la novela continúe inédita?
Hermosas las palabras de Millás de ese
día, gracias por recordarlas. Millás fue muy generoso conmigo y con mi novela.
Imagino sus palabras, algún día, en la contraportada de Los años tristes de Kawabata. Es inolvidable para mí todo lo que
sucedió la noche de la premiación. Tuve la posibilidad de hablar con cada uno
de los jurados, antes de que anunciaran los resultados, cuando la noche era
puro misterio y esperanza, y también después, con esa rara sensación encima de
haber quedado segundo. Las bases del Premio Clarín no decían nada de otorgar
menciones, fue decisión del jurado: Leonardo Padura, Sylvia Iparraguirre y Juan
José Millás
. Ellos tres decidieron por su cuenta hacer esa distinción, y
recomendaron la publicación a Alfaguara, que era el sello organizador. Yo solo
tengo palabras de agradecimiento por eso. 

—¿Y por qué no se publicó,
entonces?
Es difícil saberlo. Creo que una novela
se publica cuando se tiene que publicar. Ni un minuto antes (ni un minuto
después). Isak Dinesen cuenta que ella escribía un poco todos los días, 
sin esperanza
 y sin desesperación. Me gusta esa idea. Digamos entonces que espero
la publicación de Los años tristes de
Kawabata
sin esperanza y sin desesperación, y mientras tanto escribo. Hoy
veo a Los años… como la primera
novela de una trilogía del suicidio. Estoy disfrutando mucho la segunda
historia, aunque cada tanto vuelvo la vista a la primera, no te voy a engañar.
Va a ser una gran felicidad verla publicada, que tenga lectores. En este tiempo
mucha gente se acercó a preguntarme por ella. Muchos entusiastas de la
literatura japonesa y de Kawabata que me contactaron por Facebook. 

Miguel Sardegna. Foto de Bruno Szister

No tengo dudas de que soy escritor. Creo que no hay
que esconder la palabra escritor, y creo que tampoco hay que colgársela en un
cartelito en la frente. A nadie le importa que seamos escritores, Pablo. Los
escritores somos gente poco importante


—Ojalá pronto podamos regalarnos
su lectura. Mis agentes secretos me contaron que vas a tener un rol importante
en una nueva editorial que se llamará También el caracol. ¿Es así?
Es un sueño hermoso formar parte de
También el caracol. Es inminente el lanzamiento de los primeros títulos. La
directora editorial es Mariana Alonso. Yo voy a dirigir una de sus colecciones,
orientada a la literatura japonesa. Hay una “forma de decir” japonesa, una
estética que nos apasiona y creemos que están dadas las condiciones para armar
la colección que siempre soñamos. Tanto Alonso como yo estudiamos japonés y eso
nos facilita algún vínculo con los traductores y con la comunidad japonesa. El
primer libro será un volumen de cuentos de un autor que no tiene traducciones
al castellano. Voy a resistir la tentación de hablarte de él. Me gustaría
contarte todo, porque sé que se que te va a enamorar. Pero todavía es muy
pronto. Estamos convencidos de que con este libro iniciamos un catálogo
novedoso y potente.

—No se me ocurre trabajo más
hermoso y complejo que estar al frente de una editorial. ¿Sos consciente del
adorable lío en el que te estás metiendo?
Por ahora son todas alegrías para mí.
Todavía no han comenzado los contratiempos. Claro que yo no tengo el trabajo
más pesado en la editorial. Me asomé estos días a conceptos como “escandalio” y
“punto de equilibrio” y entreví el horror. ¿Escuchaste hablar de eso?

—Jamás. Contame.
El escandalio sirve para calcular el
costo de cada ejemplar y así saber cuál debería ser el precio de venta al
público. Junto con el punto de equilibrio son herramientas que te permiten
saber cuántos ejemplares tenés que vender para llegar a una cuenta de suma
cero. Viendo estos números, uno se convence de que se edita desde el amor en
Argentina. Ante ese panorama, hice lo que haría cualquiera en mi posición:
corrí en la dirección opuesta. Son meses de mucha lectura, de mucha investigación,
y de planificar sin límites. Creo que mientras mantenga esta inconsciencia
romántica, todo va a estar bien.

—Si es cierto que cada día debemos aprender algo, yo hoy aprendí qué es
el “escandalio”. Decime, Miguel: cuando pienso en literatura japonesa recuerdo
mis lecturas de Mishima, Oé, Kawabata… ¿A quiénes me estoy perdiendo?
Qué difícil. Sé que me voy a arrepentir
de esta lista, me voy a sentir culpable de los que dejo afuera, pero ahí vamos:
Dazai, Tanizaki, Edogawa Rampo, Hiromi Kawakami. No hay manera de elegir mal
con ellos. Todo lo que escribieron depara momentos mágicos.

—Listo, ya están bien anotados entre mis lecturas pendientes. ¿Sabés qué
fue lo primero que me llegó de literatura japonesa? “Sennin” de Akutagawa. Lo
leí de pibe en la
Antología de la literatura
fantástica de Borges, Bioy y Silvina Ocampo. Qué puerta de entrada ese
libro…
Esa antología nos marcó a todos, está
plagada de tesoros. Me acuerdo de Enoch Soames, por ejemplo, de Villiers de
L’Isle-Adam
, de Jacobs y su pata de mono. ¿Habríamos llegado a ellos si no
fuera por ese libro? ¿Qué habría sido de nuestra vida como lectores?

—Deberías ver mi ejemplar. Tuvo tanto uso que tiene la mitad de las
hojas sueltas. Aprovechemos esta charla para recomendarle ese libro a quienes
aún no lo leyeron.
Hace algunas semanas me invitaron a un
espectáculo de narración oral de cuentos japoneses. Festival Kawabata, se
llama. ¿Viste alguna vez un espectáculo de narración oral?

 —Nunca.
Son hermosos. Narraron los cuentos sin
dar ninguna indicación del autor. Recién al final, con el cierre del evento,
nombraron título y autor. Fue lindo reconocer “Sennin” apenas con las primeras
palabras del cuento, con el comienzo de la historia. Akutagawa está más vigente
que nunca, eso es lo que te quería contar. Narraron también cuentos míos en el
festival. Me preguntabas antes qué cambió con la publicación de Hojas que caen sobre otras hojas.
Felicidades así antes eran impensables.

—Uno de estos días nos encontramos a tomar
una cerveza y a charlar más largo sobre literatura japonesa, que es bastante lo
que me podés enseñar. Ahora sigamos. Pensaba hacerle esta pregunta al
Miguel-escritor, pero aprovecharé tus nuevas circunstancias para hacérsela
también al Miguel-editor: El otro día conversaba con una amiga que, pese a
escribir muy bien, hace años que ni siquiera logra que un editor lea diez
páginas de alguna de sus novelas. Las editoriales casi no responden mails (y
cuando lo hacen dicen que tienen las publicaciones cerradas de acá a dos años),
los concursos suelen ganarlos los amigos de la casa… En fin, el mundo del libro
a veces pareciera un cumpleaños familiar. ¿Qué consejo le darías a mi amiga?
Bueno, es posible que mi respuesta
suene un poco ingenua, pero estoy convencido de que si vale la pena, la obra
siempre termina imponiéndose. Tengo a mi favor infinidad de ejemplos de la
historia de la literatura. Eso es lo primero que le diría a tu amiga.
Arrancaría por ahí, para entrar en confianza y hacerla bajar la guardia. Y
enseguida, cuando no se lo espera, pondría en cuestión sus ideas, la pelearía
un poco. Yo creo que hace un mal diagnóstico. Siento que cae en una inducción
un tanto simplista. A partir de algunos casos particulares elabora una
conclusión general, y baja el martillo contra los concursos, contra los
editores, contra los cumpleaños. Lo terrible de tener esa mirada pesimista del
mundo es que nadie puede sacarte de ahí. Tenés que salir solo. Es una posición
cómoda además, ¿no? Es muy seductor pensar que el mundo no percibe lo geniales
que somos. Por supuesto que no es tan fácil publicar al principio, ¿pero quién
quiere que lo sea?

—Ya mismo le pasaré tu respuesta a mi amiga. A ver si tenemos suerte y
nos la encontramos en algún próximo cumpleaños. Vamos a otro tema: me resulta
muy interesante que seas un apasionado del ajedrez. Creo que hay infinidad de
vínculos entre un ajedrecista y un escritor. Te nombro uno solo: el ejercicio
de la paciencia. A fin de cuentas tanto el buen escritor como el buen
ajedrecista están obligados a controlar la ansiedad y desarrollar la paciencia.
Muy cierto. La paciencia es la misma.
Dicen que el arte de contar una buena historia es el arte de saber administrar
la información. Sin embargo, descubrí algo muy curioso hace unos años, cuando
el ajedrez tomó mi vida como no lo hacía desde la adolescencia: el ajedrez y la
literatura son incompatibles. Durante ese tiempo que mi vida se llenó de ajedrez,
empecé a tomar clases individuales con un Maestro Internacional, jugué algunos
torneos abiertos, nos fuimos con unos amigos a Mar del Plata para jugar un
torneo por equipos, me recibí de árbitro regional, arbitré un torneo oficial…
hasta me involucré en la política de la Club Argentino de Ajedrez. En ese
tiempo de ajedrez, que duró un año y medio o dos, me fue imposible escribir.
Ahora, que
armé otra vez mi vida alrededor de la literatura y escribo todos los días, ya
no consigo jugar al ajedrez.

—La escritura y el ajedrez no son amigos para pasar el rato.
Son amantes celosos, reclaman
exclusividad. Exigen que les ofrendes la vida entera, sin medias tintas. Muchos
escritores antes que yo sintieron esta pasión por el ajedrez, y le dedicaron
varias páginas. Creo, sin embargo, que la gran novela argentina sobre el
ajedrez aún espera ser escrita.

—¿Kasparov  o Karpov? Y no me
digas el ataque del primero y la defensa del segundo. ¡Jugate, Miguel!
Kasparov, sin duda. ¡El Ogro de Bakú!

—Tenemos al mismo ídolo. Solo esperemos que no nos escuche Putin.
Aprovecho para recomendarte Cómo la vida imita al ajedrez, del 2007.
Por favor, qué delicia de libro. Funciona en muchos planos ese libro, ni
siquiera es necesario saber jugar al ajedrez.

—¡Librazo! Esperá, dejame ir a buscar ese libro que quiero leerte un
pasaje que tengo subrayado que bien podríamos leérselo a mi amiga. Y de paso me
lo recuerdo también a mí mismo, que no me va a venir mal. Acá está: “No basta con
tener talento. No basta con trabajar duro y estudiar hasta altas horas de la
noche. Hay que ser, además, profundamente consciente de los métodos que te
llevan a la toma de decisiones.” Podríamos charlar por horas, Miguel. Pero no
cansemos a los lectores y vamos con la última: te regalo la posibilidad de
invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contame quién
sería, a qué bar lo llevarías, y qué pregunta le harías.
Ah, esta la estaba esperando, Pablo. A
mí me gustaría tomar un café con Oscar Wilde. Dicen que los mejores cuentos
jamás los escribió, sino que prefirió contarlos en vivo y en directo, a
auditorios embelesados. Me imagino compartir un café (o una copa de absenta)
con Oscar, en el Club Albemarle, junto con toda esa gente que lo seguía y lo
escuchaba en silencio. Estar ahí, como uno más de la banda. Lo escucharía
fascinado, atento a sus palabras, pero también a sus modales, a sus formas, a
su porte. Solo eso. No abriría la boca.

—Gracias, Miguel, la seguimos en cualquier momento. Y para los lectores que quieran indagar
en la obra de Miguel Sardegna, acá van un par de libros de su autoría. No se
los pierdan.
Horario
de oficina
(cuento; Buenos Aires, Exposición de la actual narrativa
rioplatense, 2013)
Hojas
que caen sobre otras hojas
(cuento; Buenos Aires, Conejos, 2017) 



Pablo Hernán Di Marco

* Pablo Hernán Di Marco.

Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor de las novelas Las horas derramadas, Tríptico del desamparo y Espiral. Colaborador de la editorial Ojo de Poeta y columnista de la revista cultural Libros & Letras. Leer más AQUÍ

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