Por: Reinaldo Spitaletta
Hubo dos escritores que en el siglo XX disputaron, sin proponérselo, la popularidad a Jesucristo y a los Beatles: Franz Kafka y Albert Camus. Hay impresionantes comienzos en la literatura, que van desde los de la Ilíada, la Odisea, la Divina Comedia, hasta el del Quijote. Son inolvidables. Y de ese modo pudiéramos advertir muchos otros, como el de Cien años de soledad, de García Márquez, o el de La Vorágine, de José Eustasio Rivera. Son principios que dejan al lector desarmado y con las inevitables ganas de continuar leyendo.
En ese ámbito, Kafka clasifica con el inicio perturbador de La Metarmofosis, pero, creo, el encabezamiento de El extranjero (o El extraño) del escritor argelino-francés, es uno de los más llamativos: “Hoy mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé”. Esas palabras de Meursault, el protagonista, ya lo definen y anticipa lo que será el personaje, sus características, un tipo quizá absurdo que parece indiferente ante todo, incluso frente a las situaciones más intensas de la vida como pueden ser la de la muerte de la madre o asesinar a un hombre.
El extranjero, que es como una reminiscencia de El Proceso, de Kafka, tiene similitudes con la obra del llamado “solitario de Praga”, y Meursault y Joseph K. son dos seres que no se defienden y aceptan su situación como parte de un destino ineludible. Muy leídos o no, los dos autores hacen parte de la tragedia del siglo XX, que constituyó el derrumbamiento de la razón y la desaparición del individuo, no solo en guerras y campos de concentración, sino por la aparición de la masa, como parte de las tácticas de consumo y alienación del capitalismo.
La pasada centuria ha sido la más sangrienta de todas, pero a su vez, la que ha producido más testimonios de la soledad y las crisis existenciales en la literatura. Y uno de sus testigos fue Albert Camus, del que en 2013 se conmemoraron los cien años de su natalicio. Camus, escritor, dramaturgo y periodista, (el mismo que en una hipérbole expresó que el periodismo era el oficio más bello del mundo), al que algunos lo cuestionaban diciéndole que era “un filósofo para bachilleres”, dio cuenta de diversas situaciones del hombre. Y una de sus primeras manifestaciones éticas y literarias contra el proceso de desmoronamiento de la condición humana, fue su hondo cuestionamiento (no solo teórico) contra la invasión nazi a Francia y el régimen colaboracionista de Vichy.
Camus, el que escribió en sus Carnets que si quieres ser filósofo dedícate a escribir novelas, concibió tres de los grandes relatos del siglo XX: El extranjero, La caída y La peste. La desesperanza pero también la solidaridad están en sus libros, que los fue escribiendo con un estilo aforístico, de períodos cortos, en los que también se parece a Kafka (no solo por la tuberculosis). Sus carnets están llenos de ellos: “Envejecer es pasar de la pasión a la compasión”, “el arte es la distancia que da el tiempo al sufrimiento”, “Si me pareciese que el mundo tiene un sentido, yo no escribiría”, “Todo el arte de Kafka consiste en obligar al lector a que relea”…
A los veintidós años Camus, cuya infancia estuvo llena de pobrezas, escribió El revés y el derecho, ensayos y crónicas, en los que están presentes el barrio, el sol, los pájaros, la ciudad. “Qué pobres son quienes necesitan mitos”, dijo en alguno de sus escritos. El crítico británico Cyril Connolly dijo que “la literatura es el arte de escribir algo que se leerá dos veces”. Pues bien, el aserto se cumple en el caso de Albert Camus, es decir, de sus novelas, relatos, ensayos y aun de esa memoria tremenda que son sus Carnets. ¡Ah!, estos cuadernos los escribió cuando se dio cuenta de que estaba perdiendo la memoria.
Camus, Nobel de Literatura a los 44 años y muerto en un accidente de tránsito a los 47, es un escritor que antepuso la verdad a cualquier otra consideración. Su debate con Sartre, sobre la ideología, el estalinismo, en fin, lo catapultó como un ser comprometido con el hombre, con la vida y en contra de cualquier totalitarismo. A veces tuvo nostalgia de la pobreza perdida y quizá, como el Che, aspiró a no dejar nada material a sus hijos. Tal vez su desgracia, como lo afirma algún personaje de su Calígula, fue haberlo comprendido todo. Sus obras se pueden leer más de dos veces.
(Octubre de 2013)