Un tutu para el viaje
Por: Juan Camilo Rincón*
Esa noche Obregón le llevó sus últimos bocetos. Se conocían desde hacía tantos años que a Cepeda no le dio pena recibirlo en piyama; en la sala, el pintor dejó sus trazos sobre la mesa. Vio a su amigo casi deshecho; la dolencia que lo atormentó durante los últimos días ya brotaba por su piel y era evidente en el color de su boca… lo estaba acabando. Aun así, no dejaba aquella alegría y vitalidad de la juventud, de sus días con Gabo en “La Caverna”, cuando se conocieron, y la tos no lograba opacar aún su vitalidad. “¡Por fin los garabatos para mis cuentos!”, dijo Cepeda mientras los ojeaba con deleite.
—No son pa´ ti; son pa´ Juana —replicó el español—. Pa´ ti es esto que me dio un arhuaco a ver si te mejoras… que las pastas no te están sirviendo pa´ mucho. Le llaman tutu pero es una mochila.
—No la dejes ahí; ven y me la pongo para que me acompañe por la casa. ¿Y cómo me va ayudar esta vaina?
—Eso no lo sé; hasta ahí no entendí… pero la vi y pensé en ti.
Se quedaron un rato mirando la mochila, sentados uno al lado del otro. Ya sin más fuerzas, dejaron pasar el tiempo en el silencio de los amigos, un instante en Cepeda Samudio se permitió dejar de pensar en su dolor de cabeza. Su último encuentro terminó así, mirando algo que no entendían. Luego vino el viaje a Estados Unidos y el español más costeño de Cartagena se quedó solo. Juana y sus cuentos salieron a las calles de Barranquilla ya sin Cepeda, sin aquel hombre que murió tan lejos, acompañado por su mochila llena de bocetos y tejidos con olor a Sierra Nevada y a mar de playa blanca.
Foto: Biblioteca Nacional de Colombia.
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