Entrevista a la escritora mexicana Brenda Navarro sobre Ceniza en la boca

Brenda Navarro, autora de "Ceniza en la boca". Foto: Barry D.

“Las hijas lastimadas que no se dejan abrazar”


“Extrañaba ese sentimiento de comunidad de sabernos unos pinches desgraciados, inútiles, soberbios, apasionados. Ajá, apasionados, porque para sobrevivir necesitábamos mucha pasión, pasión que da el hambre, el cansancio, el hartazgo”. Así narra la autora mexicana Brenda Navarro, ganadora del English Pen Translation Award, el hastío de la vida de una madre y sus dos hijos tras migrar a España.

Ceniza en la boca, su novela más reciente (Sexto Piso) empieza con el suicidio de Diego, un joven que no encontró abrazos ni una identidad a la cual aferrarse en un país que nunca sintió como propio, pues él y su familia fueron arrancados del suyo. Su hermana narra desde una afligida primera persona la búsqueda por comprender esa decisión. Como migrante y empleada del servicio doméstico necesita encontrar un lugar de pertenencia en su propia madre distante y en su austera militancia con otras mujeres trabajadoras pero, sobre todo, la manera de volver a hilar los lazos que México le dio alguna vez.

Libros y Letras conversó con la escritora, que hoy reside en España.

¿En dónde nacieron las ideas que dieron forma a Casas vacías y Ceniza en la boca

Casas vacías fue un ejercicio personal para preguntarme si yo era capaz de escribir una novela. No tenía ningún tipo de aspiración literaria profesional. En el fondo uno quiere que lo lea mucha gente, pero en la realidad, en lo tangible, yo pensaba que me iba a leer Yuri Herrera, que es como mi confidente literario y mi padre. Fuera de ahí, si me leía una amiga o me leía a alguien más, pues maravilloso porque era solo un ejercicio para saber si podía lograrlo. En el caso de Ceniza en la boca es todo lo contrario: ya soy reconocida como escritora, hay una editorial que está esperando que yo escriba una novela, hay lectoras esperando que yo escriba otra historia. Eso, lejos de ponerme en una situación de nerviosismo, me permitió sentir que podía hablar de lo que se me diera la gana, problematizarlo, componer mi proceso creativo y mostrarlo al mundo. 

¿Cuál fue el disparador de Ceniza en la boca?

Esa novela fue la oportunidad de tomar algo que me estaba haciendo sentir muy incómoda, y es que un día leí en un periódico digital de Madrid que un chico de catorce, quince años, se había arrojado del quinto piso en uno de los barrios del sur de la ciudad, donde vive la gente más desfavorecida. Cuando leí esa historia inmediatamente pensé: seguramente es un chico migrante. Empecé a leer y a investigar un poco más y me di cuenta de que, en efecto, era un chico migrante pero no era un latinoamericano o de otro país, sino que había migrado de Galicia a Madrid. Dije: aquí hay algo porque tú misma estás prejuiciando. Me sentí muy incómoda porque siempre estoy tratando de ver las injusticias y también caí en este prejuicio de creer que solo a los migrantes de otras nacionalidades les pueden pasar esas cosas. 

Entonces tomé eso sabiendo que podía generar una historia de ficción. Pude crear un universo en el que podía problematizar no la migración ni el desarraigo; mi intención era problematizar el duelo y cómo este va permeando todas las circunstancias que tienen que ver con la familia, pero también con las circunstancias de mujeres que siempre se ven afectadas por lo que le pasa a un hombre. Con Casas vacías ocurre lo mismo; en esa novela se roban a un niño que es hombre y trastoca el mundo. En Ceniza en la boca es un niño el que trastoca todo el mundo de la madre y de la hermana. Por ahí nació. 

Brenda Navarro, autora de "Ceniza en la boca". Foto: Barry D.
Brenda Navarro, autora de «Ceniza en la boca». Foto: Barry D.

Eso tiene que ver directamente con mi propuesta de Ceniza en la boca: lo que más quieren los adolescentes y los migrantes es pertenecer al mundo y encontrar personas afines.

Cuéntanos sobre la adaptación a los lenguajes en un país nuevo, cómo la misma lengua tiene otras connotaciones en otros territorios; es decir, la lengua no solo como característica sino como herramienta.

Cuando empecé a escribir Ceniza en la boca y me empezó a salir rapidísimo el inicio de la novela, me pregunté: ¿estás haciendo lo mismo que hiciste con la primera voz que con la segunda voz de Casas vacías? Se trata de un lenguaje más coloquial, más mexicano y me pregunté: ¿estás cómoda en este lenguaje y por eso te estás repitiendo? Después me di cuenta de que esa era justamente la apuesta literaria que tenía que hacer respecto al lenguaje. Ella habla en mexicano y en conjugación madrileña, y cuando va contando las cosas habla en colombiano y en boliviano, catalán, español, inglés y con un montón de palabras que existen en las calles en España. Era la apuesta literaria de un libro que va a conversar con el lugar en el que yo vivo. Yo soy mexicana, nunca voy a dejar de serlo, y estoy viviendo en un lugar en el que se nos dice que nuestro español no es el adecuado y que los idiomas que se viven en ese país no son adecuados. Nos quieren neutralizar el lenguaje y lo que yo decía como apuesta literaria es: el español es este sincretismo, ensuciar todas las estructuras gramáticas de concordancia, y me da igual porque así se está hablando en España, así es como se escucha y así es como lo tengo que reflejar. Hay una danza y un ritmo del lenguaje que es lo que me interesa en la literatura: la construcción del lenguaje que tenía que poner ahí. Para mí era un miedo al final, pero si esto es de lo que tienes que hablar; esto es lo que se tiene que reflejar. 

¿Cómo construiste el relato alrededor del duelo, que se distancia un poco de como suele narrarse el tema en la literatura? 

Creo que a partir del silencio de Diego. Me interesaba y me gusta mucho lo que no tiene nombre, lo que no podemos ubicar en ningún lado. En Casas vacías la apuesta era por unas protagonistas que no tienen nombre, y cuando hablas de ellas te cuesta ubicarlas. Entonces hay lectoras que las llaman la voz uno, la mamá uno, la mamá biológica. Siempre me gusta que, quien lee, les ponga nombre, que yo ponga ahí las cosas y cueste un poco de trabajo. En el caso de Diego de Ceniza en la boca, él nunca nos dice qué pasa. Son silencios en los que tú vas imaginando y la narradora te va dando pistas de por qué él tomó esa decisión, pero nunca lo sabemos realmente. Ella además lo va contando: de repente Diego se pone los audífonos, ya no escucha más, ya no habla más, guarda total silencio y hay un mundo encerrado que no podemos nombrar porque nunca nos dio la oportunidad de enunciarse él mismo. 

Afirmabas que ese es el sino del suicidio.

Exactamente: cuando alguien se suicida los demás nos quedamos con un montón de preguntas, culpabilidades, cosas a las que tratamos de darles sentido. La realidad es −y por esto defiendo mucho la ficción− que cuando entendemos que no hay una respuesta, que todo puede ser muy caótico, te quedas con esta sensación de vacío. Nosotras mismas, por mecanismos psicológicos, le damos una narración. Recuerdo mucho en México a una madre que le asesinaron a su hijo en esta época de mucha violencia, porque estaba en el lugar que no era. Él fue a dejar unas cervezas en una fiesta en donde asesinaron a todos. ¿Cómo explica eso la madre? Su hijo ha muerto de una forma terrible, y de lo que me di cuenta cuando hablaba con ella, era que ella misma se iba generando su propio relato, se iba narrando algo para darle sentido. Aunque era algo totalmente caótico y no tenía ningún tipo de conexión, ella estaba tratando de darse esa coherencia para entender que su hijo se estaba despidiendo de ella. Esto es lo que hace la protagonista y me parecía muy poderoso hacerlo a partir del silencio de Diego y de esta necesidad de darle sentido a algo que no lo tiene. Que un chico se arroje de un quinto piso no tiene sentido; no hay forma de explicar que alguien decida arrojarse de un piso alto, aún más un adolescente; es imposible definirlo. Así trato de mostrar el duelo aquí.

Brenda Navarro, autora de "Ceniza en la boca". Foto: Barry D.
Brenda Navarro, autora de «Ceniza en la boca». Foto: Barry D.

Me encanta Vampire Weekend. Es una crítica a mí misma. Me gusta aun sabiendo que son chicos del Upper West Side de Nueva York, que además han sido criticados por la apropiación cultural en su primer disco.

La adolescencia de Diego, sumada a su condición como migrante, le da una fuerza particular a la construcción de ese y los demás personajes.

Eso tiene que ver directamente con mi propuesta de Ceniza en la boca: lo que más quieren los adolescentes y los migrantes es pertenecer al mundo y encontrar personas afines. Cuando una persona migrante llega a un lugar que no es el suyo, donde no están sus redes de apoyo, tiene que volver a hacer ese proceso de adolescencia, pero lo hace ya como adulto, y entonces tiene que buscar otra vez lugares en donde encaje, donde por su experiencia puedan darle trabajo, etcétera, pero siempre con esas afinidades que existen. Eso al final no solo les pasa a las personas migrantes, sino también a la gente adulta que se mueve de lugar a lugar. Yo quería ver a los ojos a las lectoras españolas que sabía que me iban a leer; que ellas vieran que han vivido esto no como personas migrantes latinoamericanas, sino más bien con esta sensación de no pertenecer y de estar en un lugar de rechazo, porque todos lo hemos vivido. Esa era un poco mi apuesta: te voy a mirar como lectora para que hablemos de esto que le pasa a este grupo que tú estás deshumanizando. Quería poner esta sensación de migración, no sé si la palabra es dolorosa pero sí diría que es tan poco empática; que mirara a los ojos e hiciera que la otra persona dijera: yo también he sentido esto, y entonces romper esa deshumanización hacia Diego y la protagonista.

Y entonces hablas de ese rechazo que lleva a buscar el retorno o a moverse a otros lugares físicos y afectivos.

En el caso del regreso a México me parecía interesante poner de manifiesto algo que, por ejemplo, Diego no consigue y que tampoco sé si ella lo consigue: Diego necesitaba entender ese paso de enojarse con el mundo a volverse adulto y decir: pues bueno, vivo y me busco la vida, o no hago nada, como es su caso. Es como ese momento en el que ella, cuando empieza a relatar todo lo que le ha pasado, comienza su proceso de duelo y dice: ni México ni España, soy yo la que se tiene que construir, soy yo la que se tiene que performar, y siempre el dolor está ahí. Esto es algo que defiendo mucho: el dolor es el motor para buscar algo mejor. Cuando estás contento, ¿por qué te vas a mover si estás en un buen lugar? Cuando te duele algo en el cuerpo, dices: tengo que ir al médico porque algo no está bien. Lo mismo pasa emocionalmente: cuando algo te duele y te incomoda tanto, no quieres estar ahí. Irremediablemente te mueves del lugar y eso está bien. Creo que ese es el motor de la vida misma.

Pasando a un lugar más light de la novela, ¿por qué la presencia permanente de la banda estadounidense Vampire Weekend? 

Me encanta Vampire Weekend. Es una crítica a mí misma. Me gusta aun sabiendo que son chicos del Upper West Side de Nueva York, que además han sido criticados por la apropiación cultural en su primer disco. Yo no sabía de eso hasta que empecé a escribir Ceniza en la boca. Es un grupo americano blanco que hace una música increíblemente feliz. Eso, por supuesto, es la contradicción con un Diego que es todo lo opuesto, un chico pesimista con una mirada muy lúcida del mundo y que por eso entiende las cosas que entiende. Me parecía una buena autocrítica para Diego y para mí decir: tú también necesitas un placebo, tú también necesitas escuchar música feliz porque si no, la vida sería horrorosa. Cuando escuché la canción Sympathy me incomodó mucho porque no era la música de Vampire Weekend que yo estaba esperando. Era una música que rompía con el modo en el que ellos habían creado y entonces me molestó. Luego la escucho más y me encuentro con una letra muy interesante porque es política. Se habla de Diego García, una isla de Estados Unidos en la que tienen misiles. Es una cosa totalmente política y luego en la música misma hay un palmeo español específico de las Canarias que, si yo no hubiera vivido en España, no lo habría identificado. Fue cuando hice el clic; estaba escuchándolo y es lo que dice el epígrafe: Diego García surrounded by the waves. Dije: ¡claro, este es mi personaje! Este Diego García es una isla y, como ella, está atravesado por cosas políticas sin que él lo necesite o lo sepa, y partí de ahí. 

¡De ahí viene el nombre!

Ellos me lo dieron. Yo sabía que tenía esa oportunidad del proceso creativo y me metí en la música de Vampire Weekend, entonces cada capítulo dialoga con un disco de la banda. Si el vocalista o alguien muy fan se mete a la novela −que ojalá no lo haga−, sabe que hay frases de las canciones en los diálogos. Si se traduce al inglés podría hacerse literal porque hay versos de las canciones que metí por ahí, porque me parecía un diálogo de autocrítica muy interesante de lo que significa el sueño americano o el sueño europeo, como muchos aspiramos. Si a mí me dicen: vete a vivir al Upper West Side de Nueva York, yo no voy a decir que no. Todos estamos enojados con ese sistema, pero si nos toca, nos encantaría no estar preocupados por llegar a fin de mes. Esa autocrítica de: criticas el sueño americano o el sueño europeo pero vives dentro de esa meritocracia, me parecía muy interesante. La banda me ha servido un montón y me gusta mucho. 

Editorial: Sexto Piso

192 páginas

Portada de "Ceniza en la boca" de Brenda Navarro
Portada de «Ceniza en la boca» de Brenda Navarro

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