La misa ha terminado

No. 6.657, Bogotá, Sábado 5 de Abril de 2014 
Cuán vano es sentarse a escribir cuando aún no te has levantado para vivir. 
Henry David Thoreau 
La misa ha terminado
Reseña de lectura de Orlando Ramírez C.,
especial para Libros y Letras.
Calculan los estadísticos, y no sé cómo lo
hacen, que en determinados segmentos de la humanidad entre un 1 y un 15% de la
población es homosexual; aunque aclaran los estudiosos que hay diferentes
grados desde los heterosexuales que ven en la pantalla a un Paul Newman y les
dan ganas de vomitar, hasta los que lo ven y reconocen que el tipo “tiene pinta y es bien plantado”. No hay homosexualidad en este reconocimiento.
Siendo la Iglesia una institución compuesta por miles de
hombres, es natural que algún porcentaje de la población clerical entre en la
categoría de homosexual. Los habrá desde los que simplemente sienten una
atracción admirativa y platónica, hasta los que revuelquen el gallinero con sus
cacareos. Los habrá pedófilos desaforados, y los habrá que tengan autocontrol.
No sé qué tantos sean éstos, o qué tan pocos. Igual apreciación podrá aplicarse
a cualquier institución llámese Congreso, Gobierno, Ejército, Policía, Corte
Suprema de Justicia, Cuerpo Médico, Orquesta Filarmónica, y cuanta institución
humana haya.
Álvarez Gardeazábal, con su capacidad de
escritor, con la sensibilidad que le da el saberse perteneciente a una minoría
tradicionalmente rechazada y excluida, con la habilidad política que tiene, que
hace que mucha información llegue a sus oídos sin que tenga necesidad de
buscarla, con la disposición que le da su afiliación atea y anticlerical de
hombre que no cree en absoluto en la otra vida, ha sentido en algún momento que
tenía suficiente material para escribir la novela “La misa ha terminado” acerca de la homosexualidad en el clero, en
general; y del clero de la
Iglesia
colombiana, en particular. Ha levantado ampollas, él
sabía que iba a levantarlas. Tiene la suficiente personalidad para recibir el
chaparrón de críticas sin sentir que se le vino el mundo encima.
Es una novela, y por eso se entiende que los
personajes aparezcan con nombres ficticios y no con los de la vida real.
Componentes de sus perfiles habrá copiados de la realidad, y componentes de
otras realidades extrapolados pero no son, ni pueden ser, representativos de
toda la Iglesia
y ni siquiera de la mayoría de los eclesiásticos. Es una caricatura, y como tal
toma elementos de la realidad y los realza, distorsiona, y hasta deforma, para
poder pintar a los personajes. Se dice de un personaje que fue el artífice de
las maquinaciones para que la primera vez fuera elegido Papa el cardenal
Ratzinger y no el cardenal Bergoglio (Antonio Viasso en la novela), que era el
favorito; y da a entender el novelista que en la segunda elección Bergoglio
salió electo por su decidida lucha por sanear el clero de tanta mariconería.
Eso parece confirmarlo la realidad. La muerte de los dos curas que contrataron
un sicario para que los suicidara por haberse infectado de sida se parece mucho
a la del par de curas que pagaron para que los asesinaran en Bogotá. ¿Por qué
no aparecen con sus nombres reales? Para poder acomodarles rasgos observados en
otros sacerdotes y no tener que responder a demandas por calumnia interpuestas
por sus familiares. En la novela hay un tío que se sabe de la misma cofradía
del sobrino, y en Colombia hubo un cura ciclista que depravó a su propio
sobrino. Yo no diría que cualquier parecido con la realidad sea pura
coincidencia.
La novela no me parece ningún tratado, estudio,
o ensayo, sobre los sucederes comportamentales en el interior de las curias, y
sólo diría que es entretenida si no hubiera sentido una molestia permanente y
prejuiciosa por ver en ella una truculencia y afán de ataque anticlerical. Para
los anticlericales, eso debe de ser pan comido; pero para los que no lo somos,
es como si a alguien le diera por gritar abajos al verde delante de un hincha
del equipo Atlético Nacional. Con seguridad que le duele. Creo que para
escribir una novela de éstas uno no puede ser católico fundamentalista, porque
le faltaría la perspectiva neutral para juzgar los acontecimientos; pero
tampoco puede ser anticlerical a rajatabla, por la misma razón.
Si digo que la novela no me gustó, las
razones las da el autor al confesar que él no profesa fe ninguna. Yo soy
católico, y estamos en orillas opuestas. Nadie puede aislar completamente su
corazón en una burbuja, para dejar que sea solamente la razón la que interviene
en una lectura. Aunque para mí es algo molesto, es perfectamente comprensible
que un ateo y anticlerical escriba dios con minúscula, y espíritu santo, y
papa, y santísima trinidad, etc. Aparte las reglas académicas, las mayúsculas
suelen ser señal de respeto, y allí se refleja esa posición que yo no voy a
cambiar, “Si Dios quiere” (pag. 33).
Es curioso que a un hombre que le cuesta escribir Dios, con mayúscula; se le
facilite escribir Violencia (“…antes de
que se acabara del todo la Violencia
y comenzara la guerrilla… lo hizo por caridad porque Don Luis Álvarez…

pag. 41).
Ite,
misa est
(idos, la misa ha terminado)”
es un título afortunado porque alude a lo que hacen los personajes después de
que celebran su misa. Encuentro que esta novela es en realidad un reportaje
disfrazado de novela para no tener que poner los nombres reales sobre el
tapete. Para escribir este libro se hubiera requerido ser neutral, sin
extremismos; no encajar en “filias
ni en “fobias”. Ser ecuánime. Dos
cualidades tiene Álvarez Gardeazábal para escribir este libro: ser escritor, y
ser capaz de contar esas cosas; aunque aunadas con un defecto que es el de
haber escogido la modalidad de novela y no la periodística, porque pone al
lector a hacer malabares para tratar de adivinar cuáles son esos personajes en
la vida real. Pero, teniendo ese perfil, Álvarez tal vez no era el indicado
para escribirlo porque a mi modo de ver se necesitaría no ser ni homosexófilo
ni homosexófobo. Ambas condiciones sesgan los sentimientos del escritor sobre
este tema; como también lo sesga el hecho de ser clericófobo y de la misma
manera lo sesgaría el ser clericófilo. En conclusión, encuentro que este libro
se parece más a una diatriba que a un ensayo.

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