La literatura a nuestra imagen y semejanza

Enheduanna. Poetisa y escritora acadia, considerada la poeta más antigua conocida

La literatura es una deudora más de la exclusión a las mujeres en la historia, pero nos acercamos cada vez más a un mundo donde la palabra es también cosa nuestra.


Por: Manuela Mesa Córdoba. Estudiante de Ciencias Políticas y Filosofía. 

Convenio de colaboración entre la Universidad de La Sabana y Libros & Letras.


El uso de la palabra fue, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, una cosa de hombres. Para aquellos que son escépticos de las letras, de la importancia de la literatura y de los discursos, este hecho puede no ser tan relevante. No obstante, dichas opiniones obvian que el elemento constitutivo de nuestra realidad es el lenguaje. Los seres humanos habitamos un mundo fabricado con discursos y palabras; no hay nada en el mundo humano que se encuentre fuera del lenguaje. Aquel que controle los discursos, que tenga acceso a la palabra y a su manipulación, tiene el poder de controlar la realidad y de darle la forma que le plazca. Por esta razón es tan vergonzoso que durante milenios las mujeres hayamos estado cruelmente apartadas de la palabra y del derecho de ejercerla públicamente. 

La literatura es una deudora más de esta exclusión. De las 118 personas que han ganado un Premio Nobel de Literatura solo 17 han sido mujeres (y tan solo una latinoamericana, la gigante de las letras Gabriel Mistral, en 1945). En el canon de la literatura antigua solo una mujer logró colarse en los anales del tiempo: Safo, la poetisa de las islas de Lesbos. Ni hablar de las decenas de mujeres que acudieron a seudónimos masculinos para que sus obras fueran tomadas en serio. Todavía hoy algunos se sorprenden al descubrir, casi por accidente, que George Eliot en realidad era mujer y se llamaba Mary Anne Evans o que a Mary Shelley las personas no le creyeron que ella hubiera sido la autora de la disruptiva Frankenstein o el moderno Prometeo y en cambio asumieron que su esposo, Percy Shelly, había sido su artífice. 

¿A qué se debe esa exclusión del mundo de las letras? ¿Acaso no han sido las mujeres las que han transmitido durante generaciones los relatos en la cabecera de las camas de sus hijos? ¿Acaso las griegas y las romanas no escribían en la Antigüedad? ¿Safo fue una excepción casi accidental?, ¿y las mujeres medievales y las modernas tampoco escribían? ¿Solo en la época contemporánea a las mujeres les picó el bicho de volverse escritoras? Parece poco probable. Es verdad que hemos tenido menor acceso a la educación, pero difícilmente puede afirmarse que la mitad de la población mundial ha permanecido analfabeta por milenios. No podemos atribuirle de forma tan ligera la exclusión de lo femenino en el canon de literatura a la falta de producción. Ya nos contaba Irene Vallejo en su monumental obra El infinito en un junco que la historia de la literatura empieza siendo femenina. El primer autor del mundo que pone su firma en una obra escrita es una mujer, Enheduanna, una princesa acadia que vivió más de mil años antes que el afamado Homero. La primera novela moderna del mundo, Genji Monogatari, fue escrita por una mujer, Murasaki Shikibu, en el Japón del siglo XI. Sin embargo, estos hitos pocas veces son conocidos.


El primer autor del mundo que pone su firma en una obra escrita es una mujer, Enheduanna, una princesa acadia que vivió más de mil años antes que el afamado Homero.

Enheduanna. Poetisa y escritora acadia, considerada la poeta más antigua conocida
Enheduanna. Poetisa y escritora acadia, considerada la poeta más antigua conocida

Mi apuesta es que el hecho de que las mujeres estén excluidas del canon literario no es coincidencia. No se trata de que las mujeres no hayan producido obras literarias; más bien se trata de que quienes estaban encargados de guardar y transmitir el conocimiento, aquellos que tenían la potestad de hablar públicamente y decidir qué era valioso y qué no, sistemáticamente consideraron que la producción femenina no era relevante. No es que la palabra no pertenezca a las mujeres de la misma forma que les pertenece a los hombres; más bien parece que nuestra palabra se confinó al ámbito privado y allí se quedó un buen par de siglos, existente pero olvidada. 

Por eso es tan importante la consigna feminista de que lo personal es político. Ya habíamos tenido unas precursoras formidables, desde Jane Austen a las hermanas Brontë​​, pero hoy más que nunca la perspectiva de las mujeres de ha vuelto pública y la literatura, con su explosión de nuevas autoras, lo demuestra. Con obras tan diversas como La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksiévich, La Casa de los Espíritus de Isabel Allende o La flor púrpura de Chimamanda Ngozi Adichie vemos el cambio. Nos acercamos cada vez más a un mundo donde la palabra es también cosa de mujeres y donde la realidad también puede ser configurada a nuestra imagen y semejanza.